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Cuando se trata de comida, una sustancia muy tentadora es el azúcar.

Aunque el dulzor lo detecta la lengua, el deseo de consumir azúcar surge del intestino. Incluso cuando se altera el sabor dulce, los animales pueden distinguir los azúcares de los edulcorantes no nutritivos guiados por señales sensoriales que surgen del epitelio intestinal.

Las poblaciones de neuronas vagales transmiten estas señales sensoriales a distintos conjuntos de neuronas en el cerebro, incluidas las neuronas en el núcleo caudal del tracto solitario, los circuitos de recompensa dopaminérgicos en los ganglios basales y los circuitos de alimentación homeostática en el hipotálamo, que alteran el consumo de azúcar actual y futuro.

Este modelo emergente destaca el papel crítico del intestino en la detección de las propiedades químicas de los nutrientes ingeridos para guiar las decisiones de apetito. Tanto adultos como pequeños alteran estos circuitos cuánto más azúcar consuman.

Es tal la modificación neuronal que llega un momento en el que el individuo no es quien elige consumir azúcar, es su intestino.

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